Camino a Diem

Eric se despertó haciendo una mueca de dolor. No, definitivamente dormir en el suelo de una cueva no era muy cómodo.
Miró a Jack, su hermano, que aún dormía. Incorporándose un poco buscó extrañado a Daven. No era habitual que él se despertara tan temprano.
-¿Qué, bellos durmientes? ¿Se piensan levantar algún día? –La voz del pelirrojo resonó contra las paredes de piedra, su cabeza asomaba por el hueco de la cueva y se oyeron los cascos de un caballo chocar contra el suelo.
-¿Ni siquiera dices buenos días? –Respondió el chico de ojos verdes, rascándose el cabeza aún somnoliento.
-Buenos días ¿Cuándo piensas levantarte?
Jack se revolvió farfullando algún tipo de insulto demostraba su incomodidad ante el ruido de la conversación. Daven puso los ojos en blanco. Además de ayudarles en su ruta tenía que aguantar sus quejas.
-Si queríais llegar temprano a Diem, deberíais haberos levantado hace tres lapsos.
-Tienes razón –Contestó Eric resignado –Vamos, Jack.
El sol avanzaba lentamente sobre las copas de los nogales, mientras que entre estos árboles, los tres hombres caminaban hacia la frontera del reino de Trous. Daven miraba atento hacia los todos lados, no podía permitirse ser visto ni por algún campesino que ambulase por ahí. Desde que escapó del castillo; negándose a recibir la corona,  eludiendo así sus responsabilidades como heredero y el compromiso concertado que ideó su tío, se había acostumbrado a vivir alerta. Mientras tanto, los dos hermanos hablaban animadamente. Hacía bien poco, Eric había sacado a Jack de la cárcel de Hindul con la ayuda monetaria de Daven.
Desde que se conocieron, Eric y Daven se habían hecho buenos amigos. Tanto, que el fugitivo no se lo pensó dos veces antes de ofrecerle al aldeano el dinero que este necesitaba para sacar a su hermano de prisión. Una vez libre, Jack quiso volver con su hermano a Diem, el reino en el que nacieron y vivieron toda su vida hasta que quisieron conocer el continente.
-Jack –Le llamó Daven -¿Cómo te encarcelaron? No tienes pinta de ser un mal chico.
-Pues verás, cuando estábamos en Hindul, Eric y yo no contábamos con mucho dinero. Mientras caminábamos por una calle transitada, me fijé en que había una manzana en el suelo. Nadie reparaba en ella, así que la cogí, porque además no estaba en perfectas condiciones. Le dije a Eric que si le quitábamos la parte marrón podríamos comerla. Un hombre que cargaba un saco se giró, nos miró y me acusó de ladrón por robarle la pieza de fruta. Gritaba: “¡Al ladrón! ¡Este chico me ha robado parte de la mercancía! ¡Delincuente! ¡Malhechor! ¡Canalla!” Un miembro de la guardia de Hindul se acercó al oír tanto alboroto y me llevó a la cárcel.
Poco después de que Jack terminase de contar la historia, unos bandidos aparecieron repentinamente, haciendo que el caballo en el que iba Eric, se asustara y le tirara a él al suelo. Daven no tuvo tiempo de ayudarle porque tuvo que defenderse a él mismo de una estocada. Al caer, Eric se hizo daño en la pierna y no pudo levantarse. Era un blanco fácil para los atacantes, de los cuales, uno de ellos no dudó en clavarle la espada. Sin embargo, algo se interpuso entre Eric y lo que habría sido el arma que acabaría con él: El cuerpo de Jack.
Los ojos de Eric amenazaban con salirse de sus órbitas, su corazón latía a una velocidad desmesurada. Estaba viendo como la camisa blanca de Jack se tornaba roja. Se acercó a él y le rogó que no muriese.
-No, Jack, tú no puedes morir. Por favor. Tú no –Eric no reparaba en los manantiales que brotaban de sus ojos y caían en la ropa de su hermano. –Yo… Lo siento.
-No es tu culpa –Respondió débil, pero con una sonrisa leve –Me alegro de haber sido yo. Te quiero.
No dijo nada más. Murió. Eric lloraba junto al cuerpo de su hermano mientras un fuerte dolor en el pecho azotaba en su interior. Daven, por su parte, luchaba contra dos de los maleantes, ya que el tercero había huido. El metal de las dos espadas chocando no conseguía superponerse ante el llanto del que a partir de aquel momento era hijo único. El enemigo al que Daven habían tachado de cobarde regresó al lugar seguido de unos guardias que inmediatamente inmovilizaron a Daven.
-¡Ese es! El heredero de Trous se ha vuelto loco. Nos ha asaltado. –Afirmó el tercero
-En seguida nos lo llevamos, y que su tío haga con él lo que crea conveniente. –Respondió el guardia.
-¡No! ¡Soltadme! ¡Están mintiendo! ¡Ellos nos atacaron y mataron a Jack! –El heredero dejó de resistirse cuando vio el estado de Eric. –Lo siento. Siento no poder haber sido de ayuda. Si hubiera reaccionado antes, a lo mejor tu hermano habría salido con vida.

No le permitieron continuar. Se lo llevaron antes de que Eric pudiera responder, pero el nudo que él tenía en la garganta también lo habría dificultado. Eric se limitó a llorar a su hermano y lamentar la captura de Daven. Se había quedado completamente solo.


Paula Bravo
María Calle
3ºB ESO

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